Zenobia de Palmira
El personaje que hoy nos ocupa es, sin duda, singular por varios motivos; no solo porque fuese una reina en un mundo protagonizado por los hombres, el mundo antiguo; sino también porque el reinado de esta mujer se desarrolló en una parte “dentro” del imperio romano y, lo más asombroso, se atrevió a enfrentarse al mismísimo emperador romano, o mejor dicho, a tres emperadores romanos. Al final todo le salió mal o casi, y su reino desapareció, volviendo esa extraña situación política a su cauce.
Se llamaba Septimia Zenobia, Bath Zabbai en árabe, y su historia comienza de la mano de su esposo Septimio Odenato. La coincidencia del primer nombre no es casual, recuerda a aquella fórmula de ubi tu Gaius, ego Gaia en las ceremonias matrimoniales romanas.
Nos situamos en Palmira, su antiguo nombre era Tadmur, que era donde vivía esta pareja y que ya en aquella época del siglo III d.C. era una riquísima ciudad en los orientales desiertos sirios, muchos de cuyos restos arqueológicos fueron triste y salvajemente destrozados en la guerra de Siria hace pocos años.
En aquella época, la ciudad de Palmira florecía como la ciudad más sobresaliente en el desierto sirio, favorecida por el flujo de comerciantes de las rutas caravaneras con el lejano oriente, llamada la perla del desierto. Emplazada en un lugar estratégico, rodeada de grandes oasis cuyas aguas no se agotaban ni en verano, era la ciudad de obligada parada y posta en esos largos itinerarios caravaneros.
El siglo III d.C., en el imperio romano, fue un período tremendamente convulso en el orden político, económico y social. Una tremenda crisis económica se desató en todas las provincias del imperio acompañada de constantes incursiones de los pueblos bárbaros, que amenazaban todas las fronteras del imperio: la del Rhin, Danubio, Mesopotamia, principalmente; e incluso la de Mauritania, en África.
Todos estos problemas estaban, además, aderezados con constantes golpes de estado, usurpaciones del poder, asesinato de emperadores, generales que guerreaban entre ellos; vamos, que vivir en aquella época suponía todos los días una inyección de adrenalina pura, desde que nacía uno hasta que moría, que normalmente era pronto, sin necesidad de pagar muchas pensiones.
En estas circunstancias tenemos a Septimio Odenato, oriundo de la ciudad de Palmira, perteneciente a la élite aristocrática, beneficiado por la red de clientelismo político con las también élites romanas de la gens Septimia, o tal vez , más probable, porque recibiera el ius italicum de manos de algún emperador de la dinastía Septimia-Severa con rango de homo consularis otorgado por Galieno, de ahí ese nomen sobrevenido.
Este Septimio Odenato era el hombre fuerte del emperador romano en esa zona tan especial, entre el imperio de los persas sasánidas y el imperio romano, que siempre andaban a la gresca desde tiempos inmemoriales. El afán del imperio persa era extenderse hacia el oeste hasta llegar al Mediterráneo, el corazón del mundo occidental; el imperio romano siempre deseando Mesopotamia y llegar hasta el golfo pérsico para establecer rutas por mar hasta la India y China, con la que ya había tenido contactos en tiempos de Antonino Pío y Marco Aurelio.
Odenato, que había conseguido parar los pies felizmente a los sasánidas en varias ocasiones, invadirá y recuperará Mesopotamia venciendo a Sapor en Ctesifonte. Además, por aquel mismo tiempo atacó y mató a un usurpador del emperador Galieno; hecho por el que este le premió con el título de dux Romanorum et restitutor totius Orientis. Esto, sumado a que su poder era hereditario, pero fiel y leal a Roma, le confería de facto un estatus de rey de estado vasallo o protectorado del imperio romano.
En fin, este hombre parecía tener todo lo bueno, pero también excesivo poder y esto era peligrosísimo. En 267 fue víctima de un complot y asesinado junto con su primer hijo en Emesa, posiblemente por un agente de Roma, tal vez un espía sicario.
¿Y Zenobia? Pues ahora entra en juego. Como el poder de Odenato era hereditario, a su muerte y la de su hijo primogénito, pasó a su segundo hijo de nombre Vabalato o, según algunos historiadores, Timolao. Sí, el nombre es raro donde los haya, era una latinización de un nombre impronunciable de lengua semítica. Este chico era menor de edad cuando sucedió lo de su padre y su hermano ¿Solución? Pues sí, su madre Zenobia se hizo cargo como regente hasta la mayoría de edad del niño.
Hasta aquí todo estaba dentro de lo normal, pero cuando tuvo el poder en su manos, Zenobia se vino arriba y empezó a anexionarse provincias romanas vecinas: con sus generales Septimio Zabdas y Septimio Zabbai (sí, sí, con el nombrecito ya conocido delante) conquistó la provincia de Arabia, luego conquistó Egipto, convirtiéndose en la legítima heredera de su antepasada, según decía ella, la mismísima Cleopatra; realizó expediciones para anexionarse casi todas las provincias de Anatolia y, finalmente, Siria y Palestina. Su poder era inmenso, se conservan inscripciones en las que aparece Zenobia como Bassilisa, monedas con el título de Augusta y Vabalato como “rey de reyes” de todo Oriente, ¡ahí es nada! Y no solo hizo esto, sino que se atrevió a retar con gran empeño secesionista a los mismísimos emperadores Galieno, Claudio II y Aureliano.
Una cosa jugaba en su favor, que estos emperadores estaban empantanados en constantes luchas con las tribus bárbaras del Danubio y Rhin, y ya tenían bastante como para dedicarse a Palmira. Además en la Galia se habían levantado generales proclamando el ¡imperio galo independiente! Es decir, en ese momento habían surgido del imperio romano otros dos fuertes y extensos estados, así coexistían: el imperio galo, el imperio romano y el reino de Palmira. De esta manera ni Galieno ni Claudio II tuvieron tiempo, había mucha plancha en casa, para ir contra Zenobia, que campaba a sus anchas.
¿Pero… quién era Zenobia? Las fuentes clásicas de Historia Augusta, obra de varios autores entre el siglo III y IV, y la Nueva historia de Zósimo, autor de finales del siglo V, la dibujan como una mujer con cierto halo hagiográfico, pues no escatiman en alabanzas de su belleza exótica: piel morena, ojos negros “que irradiaban vigor extraordinario”, de espíritu y belleza increíbles, dientes blancos y una voz clara y potente, entre otras cosas. Además de su tremenda hermosura, era cultísima y políglota, hablaba el egipcio, sirio, griego, arameo, árabe y poco de latín ( se ve que las declinaciones latinas se le atragantaron) y se supo rodear de filósofos como Casio Longino. Por si fuera poco todo esto, según los historiadores, tenía altas cualidades de gobernante, como quedó bien demostrado, montaba a caballo, cazaba y bebía con sus generales de igual a igual si se terciaba.
Pero antes o después todo tiene un final y el de Zenobia, por comparar, fue bastante diferente al de su emulada Cleopatra de Egipto. A esta, rendidos a sus pies, César primero y Marco Antonio después se dirigieron para hacerle el amor y no la guerra. Aureliano, en cambio, harto de tanto tinglado con el reino de Palmira, se dirigió a Zenobia para hacerle la guerra y no el amor. Puso cerco a Palmira para después destruirla y atrapó a Zenobia que huía en camello hacia Mesopotamia. Como ocurría tratándose de grandes trofeos, la condujo a Roma y la humilló paseándola por las calles de la urbe en desfile triunfal encadenada junto al último emperador galo, Tétrico (que ¡vaya nombre!).
¿Y…el final? Hay dos; unos historiadores dicen que se suicidó en prisión, típico. Otros dicen que Aureliano la perdonó, pero no, no se casó con ella, sino que lo hizo otro, un alto cargo de la administración romana, que se la llevó a Tívoli para pasar los restos con ella. Coged el final que más os guste. ¡Ah!, y con respecto a Vabalato, Aureliano no sabía muy bien qué hacer con él y… murió, también prisionero, en el camino de Palmira a Roma.
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Fuentes
Álvarez, M. V. Práctica IX: Causas y consecuencias del ascenso, apogeo y caída de Palmira Curso “Extra Limites”: Civilizaciones contemporáneas al Imperio romano.
Bravo, G. (2004). Otra reina en Roma: Zenobia de Palmira. Extranjeras en el mundo romano, Madrid, 81-93.
de la Vega, M. J. H. (2017). Zenobia, reina de Palmira: historia, mito y tradiciones. Florentia Iliberritana, (28), 79-104.
Fernández Ruiz, S. (2018). Septimia Zenobia Sebaste: reina de Palmira.
Heather, P., Aúz, T. F., & Eguibar, B. (2006). La caída del imperio romano (p. 166). Barcelona: Crítica.
Monferrer-Sala, J. P. (2012). La'Caída de Palmira'o la'Historia de Zenobia y Gadimah'contada por la tradición norarábiga/The" Fall of Palmyra" or the" History of Zenobia and Gadimah" told by the North-Arabian tradition. Anaquel de estudios árabes, 23, 83.
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